ENTRADA 3

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Algunas ideas sueltas para mejorar la educación en líneas generales (por un alumno de letras)

El papel de los profesores debería cambiar:

No es normal que la relación alumno-estudiante se mantenga incólume, mutatis mutandis, desde parvulitos hasta la universidad. Las clases conferencia o dictado, habituales en la universidad, donde un humano aparece por el aula, suelta la barrila durante una hora y media o dos horas –un fusilado de algún manual o apuntes tomados de aquí y allá-, mientras los alumnos toman anotaciones en un estado zombificado, entendiendo o no lo escrito, es un método educativo prácticamente indiscernible de los dictados dados a los parvulitos (los de “en el campo hay un arbolito, y en el arbolito unos pájaros que cantan canciones” y toda la pesca). Se presupone, además, que el alumno es tan sumamente estúpido, tan zote, lerdo y tan vago, que sería incapaz de leer y entender esos apuntes por su cuenta (¿no es este método, pues, además de la constatación de las desconfianzas entre alumno y profesor, una pérdida de tiempo; no sería preferible aligerar las horas lectivas y mandar trabajo para casa? Si lo que prima es tener al alumno sentadorro durante equis horas al día, mientras el padre y la madre están trabajando, entonces es comprensible; pero con gente universitaria, suponemos que mayores de edad, suponemos que algo autónomos, no se le ve la razón de ser a esta metodología levemente hemorroidal).

Asimismo, la relación suele ser muy funcionarial; aunque, para superar esto, más allá de los esfuerzos de ambos, habría que reducir el tamaño de las clases, pues es imposible que una sola persona pueda tener una idea clara de treintaitantos alumnos (quizá una relación demasiado estrecha entre alumnos y profesores pueda dar más problemas que soluciones –innumerables series de televisión dan cuenta de esto-, pero en ciertos niveles, como el conflictivo 2º o 3º de la ESO, una relación más personalista puede ser importante, habida cuenta de los conflictos emocionales y de identidad y etcétera que se experimentan a esas edades).

La evaluación, los exámenes y los trabajos: creo que resulta mucho más productivo, al menos para el alumno, la realización de trabajos, usando para ello los materiales vistos y utilizados en clase, así como otras obras recomendadas por el tutor o por iniciativa propia del alumno (sería interesante, además, mezclar los campos, esto es, mandar leer obras literarias en historia, obras filosóficas en literatura, etc.). El problema de los exámenes, a mi modo de ver, no radica exclusivamente en lo mecánico o aburrido de la tarea: el problema es que un alumno que únicamente realiza exámenes, ni tan siquiera tiene la necesidad de saber leer o escribir, ya que está acostumbrado a manejarse con informaciones que no necesariamente debe entender para aprobar (y si no entiende la información, tampoco puede utilizarla, darle alguna salida medianamente productiva). ¿Y qué sentido tiene, en materia de letras, que la evaluación dependa de una actividad que no pone en juego la capacidad de entender lo leído, la tan cacareada comprensión lectora,  y a mayores, la capacidad de expresar por escrito, de verter negro sobre blanco, ideas de manera estructurada? Si lo que se persigue, como a veces se dice, es que la educación arroje a la sociedad ciudadanos, sujetos críticos, creo que saber leer y escribir es imprescindible; y para aprobar exámenes, los típicos exámenes en los que se le pide al alumno vomitar tal o cual parágrafo de los apuntes, leer y escribir no es imprescindible.

Como ya se esbozaba en el punto anterior, sería interesante mezclar las materias, demostrar lo interrelacionadas que están (lo ideal sería, de hecho, no solo superar la naturaleza de compartimento estanco de la educación, donde cada materia es un islote, una mónada leibniziana, ciega y autista, sino demostrar que la división entre letras y ciencias es bastante mendaz –como mínimo, muy artificial-, que la filosofía no se desarrolla de espaldas a la ciencia y viceversa).

Una de las mejores propuestas que tuve la oportunidad de disfrutar, sin duda alguna, fue la de la media hora al día de lectura libre. Creo que es una de las iniciativas más provechosas, y los alumnos la solíamos recibir con alegría (suponía, al fin y al cabo, “perder” media hora de clase; la lectura aparecía casi al nivel de hacer pellas o fumar en los baños). No sé por qué lo quitaron, pero creo que se debería recuperar. Generaba, entre otras cosas, charletas en torno a lo que se leía, análisis y críticas de tales o cuales libros, quizá banales, quizá a brocha gorda, pero significaban unas reflexiones e intereses que, al menos en mi caso, no generó ningún profesor de literatura (entre otras cosas, porque padecí a auténticos fascistas de la sintaxis, gentuzilla matemáticamente acomplejada que pagaba sus dramitas con operaciones sintácticas infinitas sobre oraciones kilométricas).


Comentarios

  1. Hola Rodrigo! Puf cuánta razón tienes! A mí me pasaba lo mismo pero aplicado a las ciencias, profesores bastante mayores por lo general que entraban en clase y se ponían a escribir fórmulas y fórmulas en la pizarra de las cuales no entendías la mayoría y teminabas por dejar de acudir a esas clases y buscar un profesor particular que te explicara el sentido de tal o cual fórmula. Estoy de acuerdo también en que es muy difícil en una clase grande la relación alumno-profesor, en ese aspecto hay alumnos que son muy cercanos a la hora de relacionarse con los profesores pero los que no lo son tanto, tienen que ser los profesores los que se acerquen a ellos y se preocupen un poco de como son y qué necesitan (irremediablemente me acuerdo de la serie Merlí, no sé si ibas por ahí). También estoy de acuerdo en que la realización de trabajos es muy importante en todas las áreas porque le permiten al alumno la posibilidad de buscar información, reunirla y presentarla de modo organizado, de pensar. Me gusta mucho tu blog y como expones tus ideas! Un saludo!

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