ENTRADA 7
ENTRADA 7
Algunas ideas sobre el
Libro Blanco (José Antonio Marina, Carmen Pellicer y Jesús Manso)
Una de las ideas sobre las que se hace más insistencia, una
idea valiosísima, a mi entender, es la del aprendizaje constante, la formación
incesante: “los años de aprendizaje no se terminan en la escuela, sino que
duran toda la vida” (pág. 5). Creo que este es el problema de muchas personas,
además de muchos profesores: salen tan aburridos, tan hastiados del instituto o
universidad, que no vuelven a tocar un libro en su vida. Evidentemente, se
quiera o no se quiera, con el mero hecho de seguir vivo, departiendo con el resto
de individuos, muchas habilidades y conocimientos se obtienen, aunque sea inconscientemente.
Sin embargo, el placer de sentarte a la mesa, con un libro, y tomar apuntes
para tu propio desarrollo personal, es tarea que pocos estilan.
Esto entronca con otra de las ideas clave: vivimos en un
mundo muy convulso, muy cambiante, y “aprender es el recurso de la inteligencia
para sobrevivir y progresar en un entorno cambiante (…) nos encontramos
inmersos en un cambio acelerado, lo que exige aprender continuamente,
velozmente” (pág. 6). Como ya se ha dicho, aprender, se quiera o no se quiera,
es algo que se hace a lo largo de la vía, aunque sea inconscientemente; pero
una persona que por iniciativa propia guste de adquirir nuevas informaciones, a
pesar de que ello le pueda trastornar su cosmovisión particular, estará más
dispuesta y será más eficiente a la hora de adaptarse a los nuevos contextos,
correrá menos riesgo de quedarse obsoleta. El gran objetivo de la educación, pues,
al menos a mi modo de ver, es obtener una serie de herramientas, una base que
te permita ser recursivo, ir más allá de lo dado, por tu propia cuenta, por tu
cuenta y riesgo: “se trata de aprender a aprender, de llegar a ser pensadores y
aprendices autónomos, de resolver problemas, trabajar en equipo, conocer la
realidad, se trata de adaptabilidad en un mundo global de tecnologías,
conflicto y complejidad” (pág. 7).
¿Qué se lograría con esto?: “una escuela inclusiva, dirigida
a impulsar el talento de cada alumno, y una escuela expansiva, que salga de sus
muros y actúe sobre su entorno; una escuela que atraiga y que irradie” (pág. 8).
El problema surge cuando se entiende la educación como algo endogámico,
circular, donde lo importante es aprobar unos exámenes para pasar de curso y
obtener un diploma, para lo cual hay que estudiar los apuntes dados por un
profesor… Si la educación se queda en esto, una vez el alumno haya aprobado los
exámenes, podrá, sin ningún reparo, tirar todos los apuntes a la basura y
olvidar todo lo estudiado. Es necesario desarrollar un vínculo con los contenidos,
que el educando vea que son útiles, que les puede sacar provecho, que puede ir
más allá de ellos, que por muy teóricos y abstractos que parezcan, pueden ser
de gran ayuda a la hora de su pensar cotidiano, a la hora de encarar las
preocupaciones más pedestres (por ejemplo, las matemáticas, a priori tan
lejanas de ciertos inconvenientes del día a día, ayudan a desarrollar el
pensamiento lógico, tan útil en todos los niveles de la vida).
Uno de los datos más sorprendentes, verdaderamente
escalofriantes, son las conclusiones cosechadas por las investigaciones
neurológicas de Rosalind Picard y sus colegas de MIT Media Lab: “la actividad del
cerebro de los alumnos durante una clase magistral es más baja que cuando
estamos dormidos” (pág. 10) Esto, unido a los resultados de Michael Fullan (“a
menos que emerja una nueva pedagogía, los estudiantes en la escuela se
aburrirán cada vez más y los adultos se frustrarán cada vez más” pág. 10), nos
hacen ver cuánto se necesita un buen remozado en cuestiones educativas. Parece
sorprendente que, en la universidad, las clases magistrales sean casi la única
herramienta que utilizan los docentes, gente por lo general muy reacia a los
cambios. Si los estudios corroboran lo que sin necesidad de estudios corroboran
los alumnos, quizá habría que pensar otros métodos de enseñanza.
Las conclusiones son claras: “la escuela ha de cambiar para
acomodarse a un mundo acelerado y participar en una sociedad en constante
mutación” (pág. 11), pues el mundo está cambiando aceleradamente. Si no, y dada
la desconexión con el mercado laboral: “una de las disfunciones más graves de
nuestro sistema educativo es que se está convirtiendo en una fábrica de parados”
(pág. 12). ¿Y quién deberá encabezar este cambio? El docente. Y para que su
desempeño sea eficiente y eficaz, no se pueden permitir cosas tan nocivas como
las aulas masificadas (así el docente, por bueno que sea, no llegará ni a la
mitad de los alumnos), así como se debería favorecer que la relación alumno-profesor sea menos
burocrática y más humana, además de fortalecer las relaciones entre docentes (que
se ven como un equipo, y no como islotes desconectados) y de estos con las
familias (que alumnos, familias y docentes sean partes de un mismo todo, y no compartimentos
estanco sin vinculación alguna).
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