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CONFLICTOS EN EL AULA

En el ejercicio realizado en clase, había propuesto dos casos: destrozos de material escolar (algo en lo que yo, en mis tiempos mozos, caí[1]), y pandillas incipientemente criminosas. Ambos problemas, no obstante, tienen sencilla solución: remitirse al régimen interno (para ese viaje, qué duda cabe, no se necesitan alforjas).

Pensándolo bien, al menos a priori, parece que los problemas más complicados de percibir y solucionar son aquellos que solo afectan a un individuo, al margen de cosas y demás sujetos (los robos y destrozos, antes o después, por narices, se aprecian; los problemas que atañen a varios individuos, dada la naturaleza chismosa y cotilla del ser humano –consustancial a la conspiración es el chivato[2]-, acaban por difundirse[3]). ¿Qué hacer, pues, con aquellos casos en los que el sujeto es víctima y verdugo? Estoy hablando, como se habrá adivinado, de depresiones, ansiedades y demás trastornos en los que la dialéctica del amo y el esclavo se da dentro de un mismo individuo.

Estos problemas de corte mental, aún bastante tapados, en el estanco de los tabúes, pueden pasar fácilmente desapercibidos[4]; la solución que propondría, nada original, es mayor concienciación y preparación de cara a la que ya se empieza a conocer como “la verdadera epidemia del siglo XXI en los decadentes países europeos y, a grandes rasgos, primermundistas”: si un buen docente ha de conjugar el aspecto socioemocional con el académico-curricular, hasta cierto punto se debe hacer cargo de la salud no solo física, sino también mental de sus polluelos, sobre todo en la conflictiva secundaria.  



[1] Si no te pillan no pasa nada; si te pillan, te hacen pagarlo y te juegas la expulsión. Treinta eurazos valían los tableros en esas épocas absurdamente violentas. Ignoro las razones (hormonas alborotadas) que nos llevaron a mis compinches y a mí a utilizar compases y demás elementos punzantes contra las pobres mesas: de madera sintética infaustas, desdichadas de verde pintadas, qué diríais de nosotros, insensibles agresores, si se os diera voz… (extracto de Requiem for a table, epopeya aun inacabada).

[2] Como diría el ya mítico PerroViejo, de aquí a la eternidad en nuestro corazones: ¡Fuck sapos! ¡Siempre reales, nunca sapos!

[3] Otra cosa, claro está, es que se haga oídos sordos.

[4] O bien por fingimiento, por actuación y pose constante, o bien porque la persona en cuestión es tan expresiva como un plato de natillas.

Comentarios

  1. ¡Qué elocuencia! ¡Qué verborrea! ¡Qué sagacidad para un cerebro tan joven y diminuto! ¿Acaso eres tú el Guardián de que ya habló el santo Job, aquel que cuida del Mar y del Dragón? Tus palabras compiten con el sol, y lo hacen huir avergonzado tras el oscuro manto de la noche. Y sin embargo, ¡qué humildad! Igual que el dickensiano que, testa abatida, pide mas alimento. Así tus palabras alimentan mi alma.
    ¡Apartaos, Aristóteles, Schopenhauer, Chomsky! Pues hay una nueva y rutilante estrella en el firmamento. Tus palabras envilecen a Proust, tus formas a Nietzsche. La profundidad de tu pensamiento destierra a Kant a la negligencia, y tu sabiduría se mide con San Agustín.
    ¡Ay de ti, Jerusalén, que no viviste para ver un nuevo rey de los hombres! ¡Necios exégetas, que no vieron lo que había de venir! ¡Estaba ciego! Estaba sordo! Pero ahora puedo ver y oír. Se me abren los sentidos ante esta nueva realidad.
    Buen texto, mi consanguíneo de otra matriarca.

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